03 febrero 2010

LA VIDA ME PROVOCA VI

           Me siento cómodo con mi cuerpo, no lo voy a negar, soy tan cómodo como un puff. Lo bueno de mi estado es que una vez que te resignás ya no hay necesidad de volver a esforzarse. Sin embargo hubo una vez que quise empezar a ir al gimnasio, como todo perdedor que alguna vez en la vida quiso hacer algo por su flaccidez crónica, esperando en un futuro cercano salir a repartir trompadas y patadas al mejor estilo Jet Li (porque Jackie Chan siempre hace de salame).
           Existen estudios realizados por la 'Universidad de Relojeros de la República de Antigua y Barbuda'  que demuestran que un perdedor clase "A" como nosotros entra por primera vez a un gimnasio entre una y 117 veces a lo largo de toda su vida, pero sólo un 1% pisa el mismo gimnasio por segunda vez (se olvidaron la billetera donde no hay plata, pero si un sticker de Dragon Ball donde Nappa le jala los calzones a Goku). Yo no soy la excepción.
           Me recibe una tortuga ninja (creo que es Rafael o una variante de Manuelíta rellena de helio) y me pregunta que clase de rutina quiero hacer. Por supuesto, es la primera vez que entro a un gimnasio y seguro que sé de lo que estás hablando cuando me decís: "ahora vamos a ejercitar el músculo interisquiotivial derecho, que es el que está entre la primera y la segunda falange del meñique". Él piensa: "Seguro que sólo  levantas el meñique cuando tomas el té con tus amigas gordas. Jo Jo, que guapo soy" (tengo la teoría de que los trabados hablan para si mismos en castellano neutro), luego me ofrece comer una pelota de harina de mandioca que según él me va a ayudar a aumentar la masa muscular. Claro cabeza de chupa-chups, vine acá a aumentar mi masa corporal... Como habrás visto soy pura masa, como una pastafrola mal hecha (la conoceran próximamente).
          La incomodidad surge cuando un grupo de bueyes inflamados de papabólicos advierten mi presencia y abandonan su charla de "el piso de mi auto está tan cerca del pavimento que no pasa un lomo de burro" y "Oh, que grandote que soy, todos me aman", para examinarme desde lejos y luego comentar entre ellos que la única fibra que tuve en mi vida es un trabi celeste que quedó en una cartuchera de segundo grado (me la vendieron gastada y con la punta florecida). Más tarde, mientras se me desgarran los biceps con una pesa de un kilo que acaba de dejar en el piso una mujer de 55 años con la cintura de refugiado de Haití y el culo de Catherine Fulop, uno de los 'Nalga de toro' se me acerca me pide que le siga el ritmo. A esta invasión de mi espacio personal, respondo: "Perdóns, no habla español, donde está la parade del autobús, Maradona, Gardel!". Lamentablemente, Gigantón no comprende y hace un gesto para llamar a Coloso y Omega Rojo que esperaban filmando con sus celulares mi humillación.
          Por suerte, me encuentro por primera vez ante seres de inteligencia inferior a la mía*. Inmediatamente grité: "miren un espejo en la pared!" y los tres grandulones se quedaron haciendo poses y golpeándose mutuamente los pectorales, facilitando mi huida. En el camino a casa me compré unas Lays sabor 'frutos del bosque' y me alquilé la primera temporada de 'Los Pitufos' versión uncensored donde hay tres ocasiones donde a pitufina se le vé el corpiño.

         P.D.: Si sos como Coloso y llega el momento en que tu hombro es tan grande y brilloso como la cabeza del pelado de TVR, es hora de que largues el Petit Nestun.

 *Ellos están tres escalones más abajo que yo y un escalon arriba mío hay un hamster que puede diferenciar entre el rojo y el azul. 

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